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10 DE NOVIEMBRE DE 2023

El año 1945 marcó un momento crítico en la historia global. La Segunda Guerra Mundial llegó a su fin, y con la declaración de paz, una ola de euforia y optimismo inundó las calles de las naciones del mundo. Este ambiente de esperanza y renovación inspiró la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en el mismo año. Esta nueva entidad internacional se estableció con un objetivo claro: mantener la paz y promover la cooperación entre las naciones, un propósito que se consideraba fundamental para evitar futuros conflictos devastadores.

La elección de la sede de la ONU fue un asunto de gran importancia y simbolismo. Se decidió que la vibrante ciudad de Nueva York sería el lugar central para albergar esta institución. Pero, la creación de una sede para la ONU no era una tarea común. Requería un proyecto arquitectónico extraordinario que reflejara la visión de unidad y colaboración de las naciones del mundo. La ONU buscó la ayuda de arquitectos de renombre internacional, cuyo talento y habilidad serían fundamentales para dar vida a este ambicioso proyecto.

La selección de los arquitectos no fue una tarea sencilla. Se requería un equipo internacional que pudiera trabajar en conjunto para concebir y llevar a cabo una visión única. Lo interesante de este desafío fue que los arquitectos elegidos eran conocidos por su fuerte personalidad y por su tendencia a ejercer un control total sobre sus diseños arquitectónicos y, en algunos casos, sobre los destinos de sus respectivos países. Estos egos inflados eran un rasgo común en la profesión de la arquitectura, pero en este proyecto, tendrían que aprender a coexistir en un mismo espacio y colaborar en un solo propósito: crear la sede de las Naciones Unidas.

Once arquitectos de renombre de diferentes rincones del mundo se unieron al proyecto. Cada uno de ellos aportaba una perspectiva única y una visión personal, lo que planteaba un desafío adicional: encontrar un terreno común entre estos brillantes arquitectos con enfoques y estilos distintos. La colaboración en este proyecto no solo sería un desafío creativo, sino también una prueba convincente de la posibilidad de lograr la paz mundial a través de la cooperación y el entendimiento mutuo.

El liderazgo del equipo recayó en Wallace K. Harrison, un arquitecto estadounidense con una formación arquitectónica que se había desarrollado en París. Durante su tiempo en la Ciudad de la Luz, Harrison había desarrollado una profunda admiración por Le Corbusier, un influyente arquitecto suizo-francés conocido por su trabajo pionero en el modernismo. Harrison desempeñó un papel crucial en este esfuerzo monumental, y su experiencia en proyectos notables como el Rockefeller Center lo convirtió en una elección acertada para liderar este equipo internacional.

Sin embargo, la tarea de liderar a un grupo de arquitectos con egos inflados no era sencilla. Harrison no solo tenía que gestionar la ejecución del proyecto, sino también aprovechar su generosidad y habilidades diplomáticas para mantener la cohesión del equipo. Entre todos los arquitectos invitados, Harrison mostró una especial preocupación por Le Corbusier, quien ya era conocido por su inflexibilidad en cuanto a sus ideas y su enfoque personal de los proyectos.

Le Corbusier, cuyo nombre real era Charles-Édouard Jeanneret-Gris, era una figura icónica en el mundo de la arquitectura. Su trabajo había revolucionado la profesión con conceptos como las torres pilotis y su visión de la ciudad del futuro. Tenía una impresionante carrera a sus espaldas y presentaba sus ideas de manera coherente y convincente. Su fama y autoridad lo convertían en un candidato obvio para liderar el proyecto de la Sede de las Naciones Unidas. De hecho, Le Corbusier se refería a sí mismo como el “maestro del proyecto”, posicionando a los demás arquitectos como sus colaboradores en lugar de sus iguales. Esto planteaba un desafío importante para Harrison, quien debía equilibrar hábilmente el control y el respeto por los egos dentro del grupo.

Oscar Niemeyer, otro arquitecto de renombre que se unió al proyecto, había adquirido reconocimiento internacional, principalmente por su Pabellón de Brasil en la Exposición Universal de 1939. A pesar de su juventud y relativa inexperiencia en comparación con algunos de sus colegas, Niemeyer era considerado uno de los talentos más originales de su generación. Aunque al principio existieron preocupaciones debido a su afiliación comunista, los arquitectos que trabajaron en el proyecto encontraron a Niemeyer accesible y fácil de comunicar. Su enfoque fresco y su perspectiva creativa lo convirtieron en un valioso miembro del equipo.

A medida que el proyecto de la Sede de las Naciones Unidas avanzaba, las ideas de Le Corbusier comenzaron a ganar prioridad, ya fuera por su mérito intrínseco o por el respeto que se le tenía. Sin embargo, no todos los arquitectos apoyaban plenamente su visión, especialmente en lo que respecta a la construcción de una gran torre en el centro del sitio. Oscar Niemeyer fue uno de los que inicialmente dudó en expresar sus desacuerdos y optó por alinearse con las ideas del maestro, al menos en un primer momento.

A medida que avanzaba el desarrollo del proyecto, una situación inesperada alteró el rumbo de la colaboración. Le Corbusier tuvo que ausentarse repentinamente para atender asuntos en su oficina en Francia, lo que requirió una ausencia temporal de su liderazgo. Esta circunstancia marcó un cambio en la dirección del proyecto y presentó un desafío adicional. En ausencia de Le Corbusier, Harrison tenía la intención de elevar las contribuciones de los otros arquitectos y darles más espacio para influir en el diseño.

Sin embargo, Niemeyer, a pesar de su participación anterior, mostró poco entusiasmo y participación en las reuniones en ese momento. Entendiendo las circunstancias, Harrison decidió convocar una reunión específica con Niemeyer, expresando su expectativa de que el arquitecto brasileño presentara una propuesta para el proyecto, ya que este era el propósito principal detrás de su invitación al equipo. A pesar de sus dudas iniciales y su respeto por Le Corbusier, Niemeyer finalmente accedió a la solicitud de Harrison, aunque ofreció un comentario de advertencia antes de embarcarse en su propuesta, diciendo: “Crearás confusión”.

El resultado de esta solicitud fue la Propuesta 17, una visión que difería sustancialmente de la de Le Corbusier. Niemeyer propuso dividir la parcela en tres edificios distintos y crear un área abierta entre el límite de la ciudad y el río. Esta idea rápidamente obtuvo el apoyo y la aprobación tanto de Harrison como de la mayoría del grupo. La Propuesta 17, con su enfoque en la apertura y la diversidad arquitectónica, ofreció una visión alternativa a la visión más monolítica de Le Corbusier y desencadenó una discusión profunda sobre el rumbo del proyecto.

Sin embargo, la ausencia de Le Corbusier no duró mucho tiempo. A su regreso de París, el arquitecto suizo-francés estuvo acompañado por Vladimir Bodiansky, un antiguo colega que se incorporó para apoyar y fortalecer sus ideas. Hasta ese momento, la Propuesta 23, diseñada por Le Corbusier, consistía en un bloque sustancial que pretendía ser la estructura central dominante en el sitio, que albergaría tanto la sala de conferencias como el Consejo de la ONU.

El regreso de Le Corbusier y la introducción de Bodiansky en el equipo marcaron un cambio significativo en la dinámica del proyecto. Las tensiones empezaron a aumentar cuando Le Corbusier se enteró de que la propuesta del joven brasileño había sido seleccionada. Visiblemente incómodo, Le Corbusier argumentó que todo el bloque debía mantener una forma única, pura y simple, lo que planteó varias críticas al proyecto de Niemeyer.

En respuesta a estas tensiones, Niemeyer optó por ausentarse de la siguiente reunión, citando un resfriado como excusa. Sin embargo, su ausencia fue temporal, y en reuniones posteriores, presentó una propuesta revisada que incorporaba ideas de otros arquitectos, incluido Le Corbusier. Esta nueva propuesta, conocida como Propuesta 32, representó un punto de encuentro entre las visiones de los distintos arquitectos y recibió el respaldo de la mayoría del grupo.

Sin embargo, Le Corbusier seguía insistiendo en su propuesta original y en su visión de un bloque único y simple en el centro del sitio. El enfrentamiento final entre Le Corbusier y Niemeyer estaba a punto de producirse, y el momento crucial se aproximaba. La decisión sobre qué diseño se implementaría era responsabilidad de Harrison, quien tenía un papel fundamental en el proceso.

Llegado el momento, Harrison, con impecable habilidad diplomática, anunció la decisión, declarando: “Teniendo en cuenta los desafíos y el tiempo del que disponemos, he llegado a la conclusión de que el único de estos bocetos que es completamente satisfactorio es un concepto propuesto originalmente por Le Corbusier y desarrollado por Oscar Niemeyer”. Harrison presentó esta decisión con el objetivo de mantener la armonía en el grupo y avanzar en el proyecto de manera eficiente.

Le Corbusier agradeció a Harrison por su declaración en público, expresando su satisfacción por lo que había escuchado. Exteriormente, parecía que Le Corbusier había aceptado la decisión, pero en privado, su ego había sufrido un golpe importante. La confrontación entre dos gigantes de la arquitectura moderna había llegado a su conclusión, pero las tensiones subsistían, aunque de manera más disimulada.

El momento crucial llegó cuando Le Corbusier sugirió a Niemeyer que el conjunto se colocara en el centro del sitio en lugar de en la plaza, lo que destacaba una diferencia notable en sus visiones jerárquicas del proyecto. A pesar de su frustración, el joven arquitecto brasileño se resistió a esta propuesta, lo que llevó a la selección de una combinación de las ideas de ambos arquitectos, conocida como Propuesta 23/32. La visión final reflejaba una mezcla de sus perspectivas creativas y planteaba una solución de compromiso para satisfacer las expectativas de ambas partes.

Sin embargo, el desacuerdo persistió en el fondo, y las diferencias entre Le Corbusier y Niemeyer sobre la dirección del proyecto nunca se resolvieron por completo. Durante un almuerzo posterior a la toma de decisiones, Le Corbusier simplemente dijo: “Fuiste generoso”. Aunque no proporcionó más detalles, Niemeyer comprendió que esta era una referencia al proyecto de las Naciones Unidas y a la elección de su propuesta.

En los últimos años de su vida, en una entrevista, Niemeyer reveló que, si fuera en la actualidad, no habría aceptado la idea de Le Corbusier, ya que nunca creyó que fuera la mejor opción para el proyecto. No obstante, dada su juventud y respeto en ese momento, optó por cumplir y participar en la ejecución del proyecto según las directrices de la combinación de sus ideas y las de Le Corbusier.

Este tumultuoso proceso, marcado por egos heridos y desacuerdos profundos, culminó en la inauguración de la Sede de las Naciones Unidas en Nueva York el 24 de octubre de 1949. Este evento reunió a personas de diversas culturas y naciones, lo que ilustra que respetar y abrazar el pluralismo es a menudo un desafío, pero en última instancia, gratificante. La Sede de las Naciones Unidas se convirtió en un símbolo de cooperación internacional y un faro de esperanza en un mundo que anhelaba la paz y la unidad.

  • Arquitectos: Harrison Wallace Kirkman, Gaston Brunfaut, Liang Seu-Cheng, Sven Markelius, Oscar Niemeyer, Howard Robertson, Argyle Soilleux Garnet, Julio Vilamajo, Nikolai Bassov, Ernest Cormier, Le Corbusier.
  • Año de Construcción: 1949–1952
  • Altura: 168 m
  • Pisos: 39
  • Coste: $65,000,000 USD
  • Ubicación: New York, Estados Unidos.

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